Buenos días queridas y queridos,
¡Cuan olvidados os tenía!!!
Hoy os quiero comentar mis novedades. Ya sabéis de mis aficiones, por este orden o viceversa, no lo tengo muy claro. Fotografía, libros, plumas y escritura (incluye papeles y tintas)
Después de estilográficas y lectura, ha ocurrido lo que parecía más lógico; me ha dado por escribir. De a poquito, sólo para ir probando y para empezar.
Estoy participando en un
taller breve de relato corto (TBDRC) que coordina una persona brillante y con ganas de ayudar. Tiene una cuenta en
Patreon y si os apetece, podéis también apuntaros.
Hecha esta introducción, voy a dejaros mi primer relato corto, ¡a ver qué os parece! (con foto, claro)
Al alba
Antes del amanecer, desde mi
dormitorio se escuchan unos gritos agudos, como de mujer en apuros, no puedo
entender si dice alguna palabra o alguna frase, son sonidos ininteligibles.
Después de oír los gritos y después de una pausa, se escuchan ruidos de
mudanza, como si alguien cada día cambiara todos los muebles de sitio. Todo
esto transcurría sin que yo pudiera adivinar de dónde provenían tales ruidos,
algunos días me daba la sensación que venían del piso de enfrente, otros del de
arriba, o también desde el piso de mis vecinos de planta, incluso alguna vez
pensé que provenía de mi armario. Por más que me obligaba a permanecer
despierta y atenta a cualquier ruido, todas las mañanas me encontraba tan
desorientada como las anteriores.
Hablaba con máxima prudencia con los
vecinos de inmueble. En la portería tampoco tenían información alguna; nadie
parecía haber escuchado tales gritos y ruidos. Llegué a pensar que eran
imaginaciones mías.
Por casualidad, un día regresé a casa
a una hora desacostumbrada. Un matrimonio ya muy mayor, que antes nunca había
visto, estaba entrando en la finca de al lado un gran número de
gatos, muchos de ellos muy jóvenes, también se encontraba algún gato bien
fornido. Vigilantes estaban de que nadie presenciara sus maniobras gatunas, no
se dieron cuenta que yo les estaba observando desde un rincón inaccesible a sus
miradas. De uno en uno los iban introduciendo en unas cajas con rejilla y que
de inmediato tapaban con unos trapos para que nadie pudiera ver su contenido y
también para que los gatos al quedarse a oscuras dejarán de maullar y no
supieran donde les llevaban.
Me las ingenié para saltar la valla e
introducirme subrepticiamente entre los tablones abandonados del patio. Hasta
poco antes del amanecer nada ocurría en aquel patio tan descuidado. Escondida
tal como estaba, desde mi observatorio pude ver como la pareja de ancianos,
dejaban salir uno a uno los cientos de gatos que allí había y con infinita
paciencia les enseñaban a cantar ópera con sus maullidos. Impasibles los dos
ancianos, que debían ser sordos, seguían una y otra vez, haciendo que los
gatitos, gatas y gatos, aprendieran las notas de una famosa aria.
Tan pronto empezaban a
despuntar las primeras luces del día, rápidamente introducían de nuevo la
animalería en sus gateras, las colocaban de nuevo en pila que tapaban con hules
enormes, dejándolo todo como si fuera un jardín trasero abandonado. Entonces
entraban en la casa y no volvían a salir hasta la noche siguiente para seguir
con el ensayo operístico.
Espero os haya gustado. Un abrazo y ya sabéis: salut i fotos!